Buscar!!

martes, 6 de marzo de 2012

Batallitas de un abuelo: Conversaciones con mi hijo (I)

“No lo entiendo, papá. ¿Entonces esto estaba lleno de consolas?”
Esa fue la primera pregunta que obtuve de mi hijo al pasear por mi pueblo natal y llegar a donde estaban los recreativos. Un concepto tan claro como es una sala llena de arcades, ruido, humo y gente puede ser algo totalmente inimaginable para un niño de seis años.

“Entonces era como un bar… ¿No, papá?”
Siempre que leo en un blog un artículo alabando a los extintos recreativos de barrio pienso que para qué tanta poesía: se trataba de un lugar sórdido, con los peores elementos de nuestra sociedad (a la escala de la edad que teníamos) y en donde más de una vez se solucionaban los problemas como lo hacen los hombres, es decir, como lo hacen los hombres. Pero aun así no sé qué tenían o qué era lo que encontrábamos allí que todavía a día de hoy conservo todos y cada uno de los recuerdos que se gestaron tras esas rejas, hoy llenas de polvo y carteles a medio rasgar…

“¿Si teníais en casa consolas para qué ibais a pagar por jugar aquí?”

Humo, ambiente insano, jaleo, problemas, malas compañías, faltas asistenciales a clase… Todo tenía cabida en los recreativos. Mi primer cigarro. Mi primera novia y lo que se dejó, ya me entendéis. Mi primera cerveza. Alguna pelea. El grupo de los abusones… Suena chusco, pero por mucho que os cuente nunca os haríais una idea de lo chusco que podrían llegar a ser esos billares. Pero aun así forman parte de mi, de lo que fui, de lo que soy…

“¿Y a la abuelita no le importaba que pasaras aquí tanto tiempo, papá?”
¿Cómo explicarle a este dulce niño que entonces los videojuegos eran un tabú casi exclusivo para unos pocos renegados de la sociedad? ¿Cómo explicarle que hubo un tiempo en el que los adultos no jugaban a los videojuegos? ¿Cómo hacerle ver que se criminalizaba a un arte que hoy día empieza a tener el reconocimiento que debe?

“Cuentame, papá. Dime cómo eran, cuántas había…”
Con los ojos como platos, como el que narra las aventuras de Peter Pan mi hijo escucha cada palabra como si de la fantasía final de sus personajes favoritos se tratase: recreativos con muebles de coche y volantes, con cabinas de avión, rifles y pistolas gigantescas, máquinas con cuatro controladores para poder jugar simultáneamente cuatro amigos, futbolines destrozados por el roce y los golpes a una bola de madera, máquinas que funcionaba con monedas de diez pesetas al principio y luego de veinticinco, billares, risas, inocencia entre brutalidad, salvajismo…

“¿Entonces también había gente buena ahí dentro?”
Entonces lo pensé: toda la vida odiando a estos malditos recreativos sin darme cuenta que me brindaron la oportunidad de conocer a cientos de personas, compartiendo batallas y partidos codo a codo, riendo, sufriendo, animando a gente que de otro modo nunca se habrían cruzado en mi camino.

Recuerdo mi primer Ghost and Goblins, sus enemigos, su música y su mapa. Y sí, los calzones de Sir Arthur. El horrendo primer Street Fighter y la revolución que supuso la llegada de la segunda entrega, así como mi primera partida con Blanka y descubrir por casualidad el golpe eléctrico.

O como en verano llegaban al pueblo los catalanes y nos enseñaban fatalities en Mortal Kombat, convirtiéndose en leyendas al asestarnos aquellos terribles y letales golpes… Sólo los más grandes eran conocedores de esos secretos. También grabadas a fuego están en mí las primeras partidas a Phoenix o Popeye y las risas de los mayores al aparecer el fatídico Game Over… todo eso, todo, han marcado muchas de las cosas que soy ahora. Spy Hunter, Tiger Heli, Choplifter, Pang, R-Type, Double Dragon…

“¿Me estás diciendo que hubo un tiempo en que no todo el mundo jugaba?”
Mi hijo conoce los cartuchos. De hecho, conoce incluso los casetes de Spectrum. Cuando algún amiguito viene a casa a jugar y el le enseña la colección de juegos de su padre siempre ocurre lo mismo: piensan que siempre fue todo como hasta ahora. Mi hijo les explica a su manera, que antes los juegos venían en cajitas de cartón, en cintas de música porque no había cedés y que los mandos tenían cables. La Nintendo DS que había entonces sólo tenía una pantalla en blanco y negro, que además iba a pilas…

Esos mismos amiguitos que se ríen de mi hijo por tener juegos originales en lugar de tarjetas de esas piruleras para Nintendo Ds. Amiguitos, hijos de unos padres que se piensan poco menos que hackers por coger un enlace de una página de internet, descargar un archivo y copiarlo en la raíz de una tarjeta SD. Bien por vosotros, campeones. Bien por vosotros.

“¿Entonces no podían bajarse las cosas por internet?”
No, hijo mío, no había internet. No existían guías de golpes, fuentes de trucos o soluciones paso a paso. Existían poco más que dos o tres revistas (Micro Mania, Micro Hobby y poco más) y no podían llamarse prensa especializada porque no existía un mercado especializado, fuera de los cuatro frikis que jugábamos a marcianitos con unas maquinitas que además estropeaban la vista y la televisión.

“Si a la abuelita no le gustaba… ¿Por qué ahora juega conmigo?”
Buena pregunta. A la primera que no sé que constestarle… No sé si es malo o bueno que ahora todo el mundo juegue con Wii o con el último juego hortera de “Imagina ser…”. No sé si es bueno que ahora vendan juegos patrañosos en el quiosco de mi esquina. 

No sé si es bueno que los periódicos regalen una selección de juegos que cualquier gamer que se precie sabe a la legua que son una castaña tamaño industrial. No sé si es bueno que los informativos intenten dar a conocer el sector, casi siempre de una manera un tanto, digamos, particular… “Para pasarlo bien, hijo mío, para pasarlo bien” le digo…

“Como mola, papá. ¿Algún día abrirán unos recreativos en nuestro pueblo?”
Mira sus ojos. Qué feliz y qué inocente. Por fortuna o por desgracia, ya nada será igual. Fuimos criados en una época totalmente distinta con unos sentimientos totalmente distintos. El concepto arcade se marchó para nunca volver.

Miro a mi hijo y como padre pienso “menos mal” al recordar tantas cosas que él nunca vivirá.
Miro sobre mi hombro al alejarme. Pienso como retro gamer y con nostalgia “que pena” al recordar tantas cosas que él nunca vivirá.

Ah, sí, papá, ya sé cuál me dices. ¿Te refieres a ese juego de peleas que tienes en un cartucho muy grande que se llama… que se llama… Neo-Geo?”

Increíble. Ahora sé que algo estoy haciendo bien.


Este post escrito por mí se publicó en Gamikia el 11 de julio de 2011 (enlace)

10 comentarios:

  1. Preciosa entrada, enhorabuena ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, señor. La escribí hace tiempo y como ando rescatando viejas entradas para animar esto pues ahí está...

      Mil gracias por sus palabras ;)

      Eliminar
  2. Bravo amigo, una vez más nos has vuelto a sorprender muy gratamente :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿No lo habías leído? Bueno, en cualquier caso me alegro de que te guste, amigo!!

      Eliminar
  3. Joder que bonito... casi lloro...

    Espero que cuando me llegue el turno tambien el mio sepa disfrutar todo aquello que le dare como legado. Y que sepa disfrutarlo tanto como yo estoy haciendo ahora.

    Un aplauso por tu entrada. Conmovedora 100%

    ResponderEliminar
  4. Ya lo dije en su día, este artículo (y su segunda parte ;) son de lo mejor que se puede leer. Y vuelvo a decir, que ojalá pueda tener en unos años una conversación de este tipo con mi hijo. Espero poder hacerlo igual de bien ;)

    ResponderEliminar
  5. grande, muy grande. por mucho mame que haya ahora, nada sera como colarse en el bar del pueblo con todos los viejos mirandote mal y echarse una partida al street fighter II.

    ResponderEliminar
  6. Ya lo leí en su día en Gamikia, pero da igual, lo vuelve a leer porque sé que es lo ás bonito que voy a leer en todo el día ^^

    ResponderEliminar
  7. Casi consigues hacerme llorar, aunque alguna lagrimilla me has hecho soltar, creo que yo no he vivido en totalidad esto únicamente he vivido los últimos días de vida de estas zonas, al menos en mi pueblo se resistían a morir.

    Ahora donde no hay lugar para estos magníficos "antros" algo de nostalgia me invade y pienso; "Hubiera pagado millones por vivir en su totalidad esa época y que nunca se acabara".

    Grande como siempre primo!

    ResponderEliminar
  8. He leído la segunda entrega primero. Verás, yo tampoco echo de menos los recreativos, pero sí el todo que conformaron en mi vida. Esa liturgia de echar unas máquinas antes de empezar a beber un viernes (o ya algo bebidos), la partidilla del recreo en el instituto, la partida más feliz de mi vida al Cadillac&Dinosaurs con (joder, esto es muy cursi) la tía que más quise, la vez que ciegos perdidos casi hicimos historia en el Aero Fighters (y los gritos de mi mejor amigo, "¡Ponte en mi culo y hacemos chispitas!", ya sabes, eran 2 cazas y en formación hacían más daño, pero ese grito nos hizo parecer locos perdidos, con risas de todos, nuestras incluidas), de niño acompañando a mi tío y verlo jugar a Pac-Man y a Donkey Kong, en fin... Eso es lo que echo de menos, el conjunto de todo y el tiempo anclado a esos lugares.

    ResponderEliminar